sábado, 6 de abril de 2019

Un significado superior de la vida


En lo que va de este nuevo siglo, el peligro de las consecuencias de una pérdida generalizada de comprensión por parte de la humanidad se hace cada día más evidente.

El hombre, como nunca antes, tiene hoy una urgente necesidad de significado, pero esta necesidad de significado no puede satisfacerse con nuevas máquinas, con nuevas conquistas del mundo fenoménico o con nuevos ordenamientos sociales.

Los últimos descubrimientos de la ciencia y las más recientes innovaciones de la tecnología, muestran que lejos de solucionar los problemas del hombre, no han hecho otra cosa más que aumentarlos.


Su creciente dependencia de las máquinas que ha inventado lo ha convertido en esclavo de estas mismas máquinas. Se ha deshumanizado a sí mismo y deshumanizado sus relaciones con sus semejantes.

En lo que concierne al terreno de las ideas, la ciencia tampoco ha mejorado las cosas.

Las conclusiones derivadas de sus observaciones respecto al origen del universo según las cuales vivimos en un conglomerado de mundos originados a partir de la nada y en marcha constante hacia una inexorable extinción, no pueden conducir más que a una perspectiva desalentadora y ciertamente trágica de las cosas.


En cuanto al origen del hombre, las conclusiones no son menos deprimentes.

Partiendo de formas animales inferiores, sean monos, renacuajos o amebas, la ciencia arrastra el origen del hombre hacia las profundidades del mundo de las células y de los genes y no contenta con esto, lo lleva aún más lejos, introduciéndolo en el microcosmos de las partículas elementales de la materia, minimizándolo, reduciéndolo cada vez más, hasta lograr que del hombre mismo no quede absolutamente nada.


No obstante estas consideraciones, el hombre continúa asido a la ilusión de que en algún venturoso futuro, esa ciencia y esa tecnología en la que deposita todas sus esperanzas, logrará finalmente conferirle a su vida un sentido racional y coherente que disipe para siempre las sombras de dudas existenciales, lo proteja de cualquier nefasto acontecimiento y asimismo, lo rescate de la barbarie de su vida presente.


Pero es un hecho que ninguna ciencia del mundo externo, ninguna maravilla tecnológica, logrará jamás librarlo de su impotencia, su orfandad, su sufrimiento y su desdicha.

Sin un significado superior de sí mismo, sin verdades eternas que alimenten su ser interior para que crezca y se desarrolle en la dirección correcta, el hombre está condenado a sucumbir emocionalmente y autodestruirse en guerras o por el manejo desaprensivo de las fuerzas de la naturaleza visible.

Por todo esto y por contradictorio que parezca, puede decirse que no hay ser más miserable que el hombre bajo el sol y sin embargo, al mismo tiempo, por su origen, no hay otro que esté más cercano a Dios.  






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