La felicidad que depende de ser el mejor,
de tener más riquezas, de ser más atractivo que los demás, de ser reconocido y
admirado, no es una felicidad verdadera, no es un estado de dicha interior que
pertenezca al hombre mismo, sino que tiene que ver exclusivamente con lo que los
otros piensan de uno.
Sin embargo, esta clase de felicidad no
dura mucho. Es necesario que la misma sea estimulada constantemente.
La razón de esto es que la gratificación
por el halago de los otros pasa con rapidez y si esta felicidad no se repite
con frecuencia o deja de aparecer por largos períodos, aparecen la angustia y
la depresión.
Pero hay otra clase de felicidad que es
independiente de las cosas externas. Pertenece
a nuestro ser interior, ese gran desconocido para la mayoría de nosotros.
Desafortunadamente, la mente basada en el
punto de vista de que la exterioridad es la única realidad no la puede concebir.
Esta clase de felicidad crucifica todos
los días al espíritu del hombre y lo priva de paz interior.
Es preciso otra clase de mente, una mente
que sea capaz de concebir los dos mundos, el externo y el interno y le otorgue
a cada uno el lugar que le corresponde.
El hombre precisa de alguna forma de
verdad que lo mantenga en pie ante las circunstancias adversas de la vida.
Esa verdad no tiene que ser
necesariamente la del Cuarto Camino.
Puede ser cualquier otra.
La verdad del Cuarto Camino es para
aquellos que no pueden seguir otra forma de verdad.
Esto es algo para pensar.
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