En la psicología
ordinaria el hombre es considerado como un ser inmodificable ya que, según sus
postulados, en el plano psicológico éste ha alcanzado todo cuanto le es posible
alcanzar.
Esto significa que
para la psicología ordinaria y asimismo, para la sociología y las ciencias
históricas, el hombre es un ser plenamente desarrollado y por lo tanto, es
imposible una evolución mayor que la que ya posee.
Partiendo de este
principio, el amplio espectro de las ciencias sociales se aparta de toda
consideración acerca de una posible evolución psicológica del hombre y se ocupa
exclusivamente de encauzar la vida del mismo hacia formas de organización qué,
según sus puntos de vista, permitirá al hombre liberarse de la injusticia y del
sufrimiento que ella produce y alcanzar la plena felicidad en algún futuro
próximo o lejano.
Sin embargo, según la
psicología esotérica del Cuarto Camino, todo intento de conducir la vida del
hombre hacia un futuro mejor es absolutamente imposible mientras el hombre
mismo no experimente un cambio trascendente en su estructura psicológica, esto
es, en su forma de pensar, sentir y actuar.
Esta necesidad de un
cambio interior del hombre se hace evidente en el hecho de que en el transcurso
de toda su historia, cada intento de conducir su existencia hacia una forma de
organización social que lo liberase del sufrimiento, la injusticia y otros
males, se ha llevado a cabo siempre a través de guerras y revoluciones, esto
es, a través de medios violentos y por consiguiente, con un incremento de la
injusticia y el sufrimiento.
En otras palabras, la
historia nos presenta una secuencia de sucesos en los que se establece un nuevo
orden mediante la destrucción del orden precedente, al que le sigue otro que a
su vez lo destruirá para crear un nuevo orden y así de seguido.
Si el hombre fuese un
ser realmente evolucionado actuaría de acuerdo con una real evolución, la cual
no puede ser otra cosa que la manifestación de procesos conscientes y ordenados
y no cambios de dirección repentinos, bruscos y violentos.
Pero, aunque los
hechos de la Historia
demuestren enteramente lo contrario, estas ciencias siguen insistiendo en tomar
al hombre como a un ser en plenitud de su evolución psicológica y así, teorizan
acerca de su privilegiada posición en la Tierra y en el Universo, su cultura, su poder
civilizador, su desarrollo tecnológico y, a partir de todo esto, las
inmejorables perspectivas de su devenir histórico.
La larga experiencia
de esta enseñanza muestra que tales consideraciones no son sino pura
imaginación, cantos de sirena para que los hombres no vean la realidad de su
situación actual y de lo que les espera en el futuro.
Cuando en la cadena
de las civilizaciones, una de ellas alcanza elevados niveles de desarrollo
científico y tecnológico sin un desarrollo interior, espiritual o psicológico
equivalente, el peligro de una ruptura en la continuidad del devenir histórico
del hombre crece exponencialmente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario