Una idea que está estrechamente
ligada al estudio del hombre es la idea de su evolución. El Cuarto Camino incluye conceptos acerca de la
evolución del hombre que difieren enteramente de los
criterios científicos tradicionalmente aceptados sobre una evolución del hombre
a partir de formas animales inferiores.
Tal
clase de evolución es sólo
una conjetura que no se ha verificado jamás en los hechos.
Es
preciso entender que a pesar de las numerosas y minuciosas investigaciones
llevadas a cabo por la ciencia antropológica en los últimos doscientos años, no
existe una evidencia irrebatible sobre una evolución fisiológica e intelectual
del hombre iniciada sobre la base de eventuales mutaciones heredadas por vía de
selección natural, de cierta especie animal notoriamente disímil a él.
Este
sistema impugna tal concepción evolutiva del hombre y sostiene que la única
evolución posible al hombre es la evolución de su psicología. Desde este
punto de vista, esto significa que no existe ni puede existir una evolución del
hombre que se efectúe automáticamente, esto es, sin la participación de
esfuerzos conscientes y voluntarios de su parte y sin un exacto entendimiento
de los principios que conducen a esa factible evolución.
Pero
¿Qué significa evolución psicológica? Muy brevemente, puede decirse que
significa ante todo, el desarrollo cualitativo de los pensamientos y
sentimientos de un hombre en función de un correcto entendimiento y
comprensión, tanto de sí mismo como de la vida en general, o, para decirlo de
otro modo, con vistas a la posible posesión de un bien mejor que aquel que tiene al presente.
El
Cuarto Camino estudia al hombre no desde la perspectiva de lo que aparenta o parece ser, sino desde la perspectiva de lo que puede llegar a ser.
Para
este sistema, el hombre no es un ser plenamente desarrollado como lo supone la
moderna psicología, sino un ser en vías
de desarrollo.
Al
señalar al hombre como a un ser en vías de desarrollo estamos señalando al
mismo tiempo que el hombre a través de este desarrollo, puede llegar a la
adquisición de nuevas facultades o capacidades que le son esenciales o innatas
en él, pero que se encuentran en un estado de latencia o potencialidad
y que no pueden desarrollarse espontáneamente,
es decir, que no pueden manifestarse en
acto sin la intermediación de una capacitación
a través de una metodología de estudio y trabajo práctico.
Por
consiguiente, el camino que puede conducir a una posible evolución psicológica
del hombre implica no sólo el conocimiento de esas nuevas capacidades que puede
obtener, sino también de los métodos que le hagan posible ese desarrollo.
Asimismo,
y muy especialmente, este proceso involucra por parte del hombre, un correcto
conocimiento de todos los obstáculos que se oponen a esa posible evolución.
Entre algunos de estos obstáculos encontramos uno de la mayor importancia: el hombre no se conoce a sí mismo. Este aserto, atribuido
generalmente a Sócrates debe ser correctamente entendido.
No significa que el hombre no se conozca
a sí mismo de ninguna manera, sino
que no se conoce a sí mismo en relación a ciertos procesos que en su vida
interior o psicológica, actúan de
manera imperceptible para él mismo.
Cuando hablamos de procesos, queremos
significar pensamientos, ideas o puntos de vista que determinan nuestra manera
de tomar la vida. Al decir nuestra manera
de tomar la vida se quiere decir nuestra manera habitual de juzgar los eventos que cotidianamente
tienen lugar en la vida corriente y que están relacionados especialmente con lo
que escuchamos o vemos acerca de lo que las otras personas dicen y hacen.
En nosotros hay muchos puntos de vista;
tenemos puntos de vista sobre la religión, la política, el arte, la ciencia,
etc., pero los que más interesa conocer son aquellos que en nuestra mente
juzgan la conducta de los demás hombres, pues los verdaderos problemas de
nuestra vida no residen únicamente en la religión, el arte, la política o la
ciencia, sino en la manera en que juzgamos o evaluamos a las demás personas, y,
en particular, a aquellas con las que vivimos más asiduamente.
Llegados a este punto, es preciso hacer un
breve paréntesis.
Es perfectamente claro para todos que hemos
nacido sin nuestro actual contenido intelectual. Cuando éramos niñitos de pocos
meses de vida, éramos como CD vírgenes. No teníamos opiniones, ni criterios, ni
puntos de vista, ni juicios de valores, ni creencias; carecíamos de sospechas,
recelos, animosidades, resentimientos y así sucesivamente. Sin embargo, en
mayor o menor medida, hoy tenemos todo esto. La pregunta entonces es, si
nacimos sin todo esto ¿Cómo es que hoy lo tenemos?
La única respuesta razonable es que todo
esto lo hemos adquirido desde afuera,
a través de lo que hemos leído o escuchado y que hemos tomado como verdad
simplemente porque nos dijeron que
era verdad.
Desde luego, esto no significa que todo lo
que hemos adquirido de este modo es negativo. Entre las cosas que hemos adquirido,
sea por imitación, sugestión o autoridad, existen muchas que son de gran valor
para desempeñarnos en la vida y si nos despojásemos de ellas no tendríamos otra
alternativa que regresar a buscarlas.
Pero cabe la posibilidad de que entre todos
los puntos de vista adquiridos por la educación y que son correctos, existan
otros que estén enteramente equivocados y qué, debido a su manera errónea de juzgar
la vida, puedan ser la causa de una
gran cantidad de sufrimiento innecesario en nuestras relaciones con las otras
personas.
Conocerse a sí mismo es pues, entre otras
cosas, observar nuestras reacciones ante ciertos eventos siempre recurrentes en
nuestras vidas para conocer la calidad del contenido de todo lo que está en
nuestra mente, tomar nota escrita de esas reacciones y estudiarlas con el
propósito de saber cuanto hay de real y cuanto de imaginario en todo aquello
que en la vida nos fue enseñado como verdad.
Este conocimiento de Sí (del Sí o Yo
adquirido sin comprensión de nuestra parte) comienza con su observación, pues
para cambiar algo, primero es necesario observarlo para poder estudiarlo y
estudiarlo para saber cómo realizar ese cambio.