Hemos buscado la felicidad sólo en las cosas de la naturaleza visible.
Esta felicidad de las cosas perceptibles a los sentidos es incompleta
puesto que nos deja afuera de las cosas que pertenecen a la naturaleza
invisible la cual completa el círculo de nuestras vidas.
Todo en el Universo tiene Padre y tiene Madre.
La naturaleza visible es Dios-Madre y la naturaleza invisible es
Dios-Padre.
De manera que lo que consideramos como Universo no es solamente aquello que
registramos a través de los sentidos corporales.
Los planetas, las estrellas y los cúmulos de galaxias accesibles a nuestros
sentidos y este mundo en el cual vivimos y que llamamos Tierra, no son la
única realidad.
Detrás de sus apariencias existe un universo de significados que puede
apreciarse únicamente por medio de otras ideas, de otras maneras de concebir el
universo.
Su esencia, su totalidad, se encuentra más allá del gobierno de los
sentidos exteriores y sólo se la puede percibir a través de una nueva
comprensión.
Las posibilidades de desarrollo de nuestras funciones del pensamiento y del
sentimiento corresponden a la naturaleza invisible y son, si alguien puede
entenderlo, Dios-Padre en nosotros.
Él existe en esa Cuarta Dimensión de ideas y sentimientos en la cual
vivimos toda nuestra vida.
En esa cuarta dimensión, que es psicológica, nuestros pensamientos y
sentimientos no tienen ninguna medida.
Un pensamiento no tiene tres metros de alto, cinco metros de largo y dos de
ancho. No está encima ni debajo de otro pensamiento, ni tampoco a la izquierda
o la derecha de un sentimiento.
Únicamente nuestro cuerpo existe en el mundo de tres dimensiones.
Pero si súbitamente se abre la puerta estrecha que comunica con el mundo de
las cuatro dimensiones de Dios-Padre, una nueva luz ilumina nuestra mente y
nuestro corazón y vemos, con la libertad que nos da la comprensión, un nuevo
universo donde nada es amenazador ni impenetrable, sino ordenado y justo y en
cuya armonía desaparece la rigidez y la aspereza de nuestro ser moldeado en una
personalidad que considera como realidad sólo a lo que es perceptible desde las
tres dimensiones de Dios-Madre o Naturaleza visible a los sentidos externos.
Entonces, una luz, más radiante que la luz del sol, ilumina nuestro ser
interior y señala la dirección en la cual debemos buscar y eventualmente
encontrar, el verdadero significado de nuestras vidas.
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