Aconteció hace muchos siglos en China qué, en plena noche, a un monje se le murió el burro en el cual viajaba.
Luego de enterrarlo, el
monje se arrodilló frente a la tumba y con gran unción, comenzó a orar para que el alma de su burro fuera al
cielo de los burros buenos.
De lejos, la gente de una aldea cercana lo
vio rezando.
Al principio no le hicieron mayor caso, pues
en aquellos días no era extraño ver monjes con sus túnicas color azafrán, sus
cabezas rapadas y sus collares de abalorios.
Pero al ver que pasaban
los días y el monje continuaba rezando allí, comenzaron a preguntarse por qué estaría rezando en ese
lugar.
Tan importante llegó a
ser esto para la gente que decidieron consultar al más viejo de la aldea, el que era
considerado también como el más sabio.
Cuando terminó las
tareas del día, la gente de la aldea portando sus lámparas de papel de seda, se reunió ante
la choza del anciano.
Una vez que hubo
escuchado lo que la gente le requería, el anciano, con un tono solemne
en la voz, dijo; "Sólo hay una razón para que un monje rece allí y es porque el lugar donde él reza, es un lugar
sagrado".
Finalmente, se decidió
que al día siguiente irían todos a hablar con el monje y preguntarle por qué estaba rezando en ese
lugar.
Pero cuando llegaron el
monje ya se había marchado. El anciano miró la tumba, se sentó sobre ella y
durante un largo rato permaneció en silencio, mientras la gente lo miraba expectante.
Al fin se levantó y con
voz igualmente solemne, declaró; "Lo que está enterrado aquí es un hombre santo; por
eso el monje rezaba en este lugar".
A partir de ese momento la gente de la aldea comenzó
a acudir a aquella tumba para solicitar ayuda al espíritu de quien estaba
enterrado en ella.
Pronto la fama de esta tumba comenzó a
difundirse por otras comarcas de China y cada vez
más gente venía a visitarla.
Al cabo de varios meses,
las peregrinaciones a la tumba desde los lugares más apartados de China llegaron a ser habituales.
Fue así que la noticia
de la existencia de esta tumba sagrada llegó a oídos del mismísimo emperador de
China, quién, después de visitar la tumba y orar por la grandeza del imperio,
sumamente conmovido, ordenó que en ese lugar se levantase un mausoleo en cuyo
interior descansarían, protegidos de las inclemencias del tiempo y de la profanación de hombres impíos, los
sagrados restos que contenía aquella tumba.
Cuando el mausoleo
estuvo terminado, miles y miles de personas de todo el imperio y aún de reinos
vecinos, visitaban la tumba y oraban ante ella con la esperanza de ser ayudados por el espíritu de aquel que allí
estaba enterrado.
Moraleja; "Fíjate bien
en donde pones tus esperanzas. No sea que las estés poniendo sobre la tumba de
un burro muerto".
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